Dicen que suelen ser diferente al resto de
personas y que se van contagiando de diferentes formas y maneras, ese
sentimiento entra en contacto con la sangre,
directamente le llega al corazón y de ahí se reparte por todo el sistema
sanguíneo.
Ocurrido
esto hay una gran variedad de amarguros, aquí algunos casos;
Puede
darse el caso, que desde los primeros años de edad (incluso meses) quede
impregnado al verla a ella, una vez ocurrido esto su único deseo es formar
parte de ellos y ser un amarguro más.
Normalmente pasa con los primeros rayos de la mañana.
El
niño o niña, que ha vivido en su familia de alguna manera esa forma tan
especial de quererla, bien sea de costalero, de nazareno, de la mujer que desde
las 5 de la mañana camina detrás del paso o de aquel que desde el balcón
le reza al verla pasar.
A
pesar de verla siempre nunca la miró a los ojos, no encontró esa conversación
eterna, la misma que tiene con el discípulo amado. Necesitó a alguien que le
hablara de ella y antes de contarle todo, se entrega como el mismo amarguro que
se impregnó desde pequeño.
Se
habla que desde tierras lejanas y cercanas, sin saber por qué, sintieron ese
temblor en el cuerpo que te entrecorta la voz,
justo al entrar a la iglesia quedaron mirándola para siempre.
Aquel
que pierde a un ser querido, y ese ser de
alguna manera llegó a tenerle fe, no
dudo que no se convierta en uno de ellos para encontrase con él o ella en
aquella esquina donde se juntan el cielo y la tierra cuando el sol vence a la
luna.
Nunca
pensó en ella y nunca se acercó, pero
vio en su hijo o hija que creaba un algo (ese algo aún no se puede definir, ya
que el diccionario tiene bastantes deficiencias para explicar ese algo) que le hizo caer y creer.
Cuentan
que no tiene cura y que para siempre quedan bautizados con ese nuevo nombre que
orgullosos llevarán el resto de sus días, a veces algunos cumplen su ciclo y
por algo que aún no se, cada madrugá se
quedan en sus casas pensando en ella y esperando a que todo pase. Otros comienzan en una esquina, de nazarenos,
pueden llegar a ser costaleros, pocos su capataz, pero al final vuelven a ser nazarenos y terminan en una esquina
con lágrimas en los ojos y una tímida sonrisa. Cuando todo esto parece que termina, esperan a
que San Pedro les abra las puertas del
cielo un amanecer más…
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