Hoy se cumplen diez años de aquella procesión gloriosa cuya protagonista indiscutible fuiste, tú Amargura. Todo transcurrió un catorce de agosto del año dos mil cuatro, cuando los rayos de un sol agosteño habían desfallecido entre la cal blanca de los caserones que rodean a la vieja plaza de España del pueblo. Una plaza abarrotada una muchedumbre expectante ante lo que estaba por suceder.
La vieja y vetusta torre de Santa María se había engalanado para la ocasión con grandes banderolas que recorrían buena parte de la fachada de la misma. Estaba preciosa,como todas las calles por donde había de transcurrir el cortejo que predecía a la protagonista de aquella memorable tarde-noche agosteña. Amargura su nombre, sola, sin su discípulo amado se nos presentaba bajo su remozado pasopalio con otro aire en su perfil de madre dolorosa. Radiaba pureza por los cuatro costados. Blanco manto se enfundaba la dolorosa de la cofradía de los "moraos", rescatando estampas de otro tiempo pasado.
Nada se escapaba a la improvisación. Todo perfectamente medido. Detalles minúsculos que engrandecían aún más aquella estampa costumbrista de la procesión extraordinaria con motivo del medio milenio de la fundación de la Hermandad.
Recuerdos de ayer se hacen vivos hoy cuando viajamos en el tiempo para recrearse con aquellos momentos que quedaron grabados a fuego en nuestras retinas, en nuestra mente y en nuestro corazón.
Quien escribe, no tuvo la suerte de ir bajo las trabajaderas de la Amargura, quizás porque era un jovenzuelo que estaba descubriendo el gran misterio que derrocha María de la Amargura entronizada en su altar andante y que quede prendado sin saber el porque a día de hoy. Eso sí, fui dichoso al acompañarte tras tu manto blanco siendo parte de la banda sonora en tiempo de marchas, a esta película que jamás se volverá a repetirse, pero que cada año cuando el calendario nos lleve hasta el 14 de agosto, nuestra memoria reproducirá cada escena de la misma.
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