Dos
suaves, armoniosas, sutiles
pero a la vez tan hermosas,
que mi
corazón se desgarra
de emoción contenida con sólo mirarlas,
y no te
digo “na” si voy a besarlas
Lugar en
el cuál se posa tu paño de lágrimas,
lugar
donde pende el rosario,
que al compás de tu marcha señora,
se mezcla
entre las nubes
que por
doquier,
va derrochando el incensario.
El
discípulo amado,
que a tu lado siempre va,
las sujeta
para que no desfallezcas, Madre, tras
haber
soportado tanto dolor,
que en tu corazón se ha acumulado.
Privilegiosas
fueron al secar la sangre de Cristo,
cuando
tres crueles clavos
sus extremidades atravesaron.
Sangre que, poco a poco,
emanando iban
hasta llegar a tus inmaculadas
y hermosas manos.
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